¿Te sientes como un fraude pese a haber tenido éxito en tu carrera? ¿Consideras que aprobaste ese bastante difícil examen por pura buena suerte? ¿Ves a el resto como verdaderas personas refulgentes mientras que piensas que a ti, sencillamente, te ha ido bien de manera casual?
Si te sientes así, posiblemente padezcas el llamado “síndrome del impostor”, un mal bastante más habitual y menos conocido de lo que debería. En el presente artículo te contamos de qué se trata.
“Soy un fraude, un impostor”
No descubrimos nada nuevo si afirmamos que a los médicos y a los sicólogos nos chifla ponerle nombre a todo. Nombramos las fobias, los trastornos, los modelos de personalidad, etc. No obstante, en un caso así el término quizás no podría ser más acertado…
Todo aquel que padece el llamado síndrome del farsante se siente precisamente así, como un farsante ante el resto. La persona vive con un temor prácticamente incesante a que el resto descubran que sus logros, sus éxitos o en suma, sus aciertos en la vida, han sido por simple casualidad. En ningún caso dicha persona estima que puedan deberse a sus méritos, y es acá donde brota el inconveniente.
Pongamos como un ejemplo a un refulgente cirujano. Su dedicación y sus conocimientos son objetivamente geniales y, no obstante, es inútil de verlo así. Cuando recibe encomios por la parte de sus pacientes, no puede eludir que algo se remueva en su interior. Se siente un fraude, un genuino descalabro que realmente no merece ni siquiera ser llamado médico. Todo ha sido suerte, mas absolutamente nadie semeja verlo…
Quién padece el síndrome del farsante
Este síndrome es sufrido del mismo modo por hombres y mujeres. Su denominador común es no estar a la altura de las circunstancias y observar a el resto con ojos de admiración. Para quien lo padece, sus compañeros son los auténticos héroes que merecen reconocimiento, mientras que simplemente “pasaba por ahí”.
Si bien suene escandaloso, se calcula que hasta un setenta por ciento de las personas lo ha sufrido alguna vez en su vida. Veamos ahora qué les caracteriza y por qué ocurre.
Primeramente, cabe nombrar que una persona con este síndrome cuenta con una baja autoestima. Semeja lógico que alguien que no se quiere lo bastante a sí mismo no sea capaz de atribuir el valor que merece a sus logros personales o laborales.
Por otra parte, charlamos de personas en consecuencia perfeccionistas. Al percibirse deficientes, redoblan sus sacrificios tratando de llegar a conseguir la sensación de competencia que se les escapa. El habitual ejemplo es el de aquel ejecutivo con buenísimos resultados que jamás acaba de ver bien lo que hace y aumenta el número de horas en la oficina.
Por último, las peculiaridades que subyacen a lo comentado son el temor al descalabro, las dudas sobre la propia calidad y la sensación de no merecer lo positivo. Muchas de las personas que lo sufren precisan tratamiento sicológico.
¿El “impostor” nace, o se hace?
Los estudiosos del tema coinciden en que una historia personal y familiar llena de crítica acostumbra a estar tras una gran parte de las personas con este síndrome. Así, cuando tu hermano siempre y en toda circunstancia ha sido “el listo” al tiempo que eras el “simpático” para tus progenitores, algo semeja calar hondo para forjar una autoestima deficiente.
Además, aquellos pequeños criados en entornos exageradamente perfeccionistas, en las que sus logros difícilmente eran considerados como suficientes, pueden terminar desarrollando el inconveniente en un largo plazo.
Resulta preciso mentar que en el caso en particular de las mujeres, dadas las diferencias salariales que aún existen y los estereotipos sobre el trabajo, hay una mayor tendencia a sufrirlo. No obstante, esto no semeja ser definitorio, ya que del mismo modo hay muchos hombres que lo padecen.
Una mirada social al síndrome del farsante
Ya antes de acabar desearía lanzar una reflexión sobre el rumbo que está tomando la sociedad de la que formamos parte. No es algo nuevo, mas indudablemente semeja medrar la mala costumbre de llegar a delimitar a una persona por su trabajo, por sus éxitos o sus logros.
Esta visión indudablemente aguza el inconveniente del que hablamos, puesto que pone a la persona en una situación de presión social que le hace centrarse en demasía en lo ya comentado.
Hoy en día, cuando conocemos a alguien, no es extraño que una de nuestras primeras preguntas sea “¿en qué trabajas?”. Sin desmerecer la relevancia de eso, solamente semeja preciso referir acá que sería recomendable abrir nuestra psique al límite posible para valorar del mismo modo la infinidad de cosas que definen la vida de una persona, aparte del éxito profesional.
De hacer esto, seguramente muchos de los inconvenientes sensibles y de autoestima como el que abordamos hoy se mitigarían.